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La selección más extremista de los futuros sujetos a educar la encontramos mucho antes en Esparta, donde todo niño nacido debía ser presentado ante una comisión de ancianos, quienes decidían si era lo suficientemente bello y físicamente capaz para poder ser aceptado entre los suyos. 

Educación 

La suerte que corrían quienes no pasaban esta primera criba era ser arrojados a los Apotetas, depósitos de residuos. No es de extrañar que en la antigua Esparta, el ideal de educación se enfocara casi exclusivamente a aspectos militares y concernientes al honor.

Desde los siglos VIII al VII a. C., la educación espartana se consagra al dominio de las armas. Los jóvenes espartanos no debían buscar ya, como en los siglos anteriores, su gloria personal (ideal homérico), sino la colectiva, la victoria de la ciudad. El poeta Tirteo plasma bien esta novedad ética: “es bello morir, en primera línea, como valiente que lucha por su patria”.

El trabajo de los padres en cuanto a educación se refiere, se reducía a una simple crianza del hijo hasta los siete años, que pasaba a ser pertenencia del Estado, quien se encargaba de su educación hasta su muerte. 

El Estado asume la tutela hasta los veinte años. Durante la infancia, todo el énfasis se pone en el rigor y la disciplina. Estos dos principios son la quinta esencia de lo espartano. A los niños se les corta el pelo al rape (más tarde, cuando sean efebos, lo llevarán largo y bien cuidado), van habitualmente descalzos y hacia los doce años sólo se les permite ya un himatión (manto de lana de una pieza) al año y ningún quitón (la habitual túnica corta, atada sobre los hombros). De hecho, la mayor parte del tiempo -en el gimnasio, en sus juegos- van desnudos y mugrientos, porque raramente se les permite bañarse. 

Para entrenar el físico, aparte de los castigos y prácticas comentadas con anterioridad, lo más frecuente era apalearlos. El lugar de apaleamiento se encontraba ubicado en un bosque -en un sitio un poco apartado- pero al que podía acceder cualquier ciudadano de Esparta. Lo primero que se hacía era escoger un árbol vigoroso y robusto, al cual se le enganchaba una cadena -en el tronco- y a ésta un palo. Lo que hacía el muchacho era agarrar este palo mientras otros dos de sus compañeros lo apaleaban. Esta acción se llevaba a cabo con varas de bambú, puesto que dolía, picaba y desgarraba la piel. Por si el muchacho se caía de agotamiento o de dolor había otros dos compañeros que se encargaban de levantarlo para que pudiesen seguir apaleándolo.

La finalidad de este ejercicio era, para el que apaleaban, aprender a aguantar y soportar mejor el dolor. Para los que golpeaban, era no detenerse ni vacilar en el ataque aún cuando se sentía el terrible dolor que estaba sufriendo el enemigo. Por último, para los que sujetaban, la finalidad era que aunque viesen sufrir o incluso morir a sus compañeros en combate no vacilasen y continuasen con la misión que les había sido encomendada por sus superiores.

 

Entre su armamento destacaban el casco espartano de bronce y estilo Corintio para proteger una gran parte de la cabeza. Algunos traían una cresta arriba. El escudo u hoplón de tablas de madera, cóncavo y redondo, estaba recubierto de una fina capa de bronce para adornarlo y para fortalecerlo; su tamaño cubría al guerrero que lo portaba como a una parte de su compañero, en una fila cerrada. Cuentan que tenían un lema: “Puedes abandonar tu casco, que solo te protege a tí, pero jamás puedes abandonar tu escudo, que protege a tu compañero”.

Las grebas de bronce cubrían la pierna por debajo de la rodilla donde normalmente no llegaba el escudo. También portaban una coraza hecha de varias capas de lino endurecido y encolado, reforzado con placas de bronce bastante resistente a los golpes. En la zona del bajo vientre tenía tiras del mismo material superpuestas, para facilitar el movimiento.

 

 

La lanza de tres metros de largo, con punta de hierro y contrapeso, era la principal arma usada en filas compactas, permitía que el enemigo tuviese que atravesar tres filas de puntas de lanza antes de entablar contacto con la primera línea de falangistas. Lo que los convertía en un muro casi impenetrable en un ataque frontal.

 

 

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